En la quietud de la noche, sus dedos se deslizan entre las sábanas,
acariciando su cuerpo mientras fantasea con ojos cerrados sobre él. Su
respiración se vuelve más rápida y las paredes del dormitorio resuenan
con los ecos de sus gemidos ahogados. El placer la envuelve como una
manta cálida que la lleva a un mundo de éxtasis, donde solo existe ella
misma y su deseo ardiente.
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